Pasados
unos años de tu nacimiento le morderás en la garganta a tu padre. Tu boca se
convertirá en un cepo dentado y le arrancará la arteria carótida, que le
colgará y salpicará como una manguera descontrolada. El sabor a nicotina de la
sangre se arraigará en tus papilas gustativas y tus neuronas te exigirán más y
más sangre. Sangre llamando a más sangre, una rabiosa adicción que solo se
calmará cuando te sacies con más fumadores.
Ahora que sabes lo que ocurrirá, trata de no ponerte nervioso en la barriga de tu mamá cada vez que un insensato fume en tu presencia.
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