miércoles, 5 de enero de 2022

EL QUE VELA POR NOSOTROS



—¡Despierta, Ken!

Sobresaltado por los gritos de mi novia, me incorporé sobre la cama.

Una masa viscosa y marrón, casi negra, se colaba por la puerta del dormitorio y se aproximaba con lentitud hacia nosotros. Ocupó la mitad de la habitación con mucha rapidez. Cubrió cada esquina. Desprendía vapores y un aroma dulzón. Me lancé hacia la ventana, pero era falsa y, evidentemente, no pude abrirla.

El techo comenzó a estremecerse, y luego a deformarse por el peso de algo monumental. Se desvencijó por un extremo y la misma materia pegajosa resbaló al interior. Se descolgó en hilos dúctiles y cayó de golpe. Si ya de por sí el clima era cálido, la masa convirtió el ambiente en achicharrante.

Mi novia y yo gritamos cuando unos dedos monstruosos, de uñas mordidas, entraron por la puerta. Se movían de un lado a otro, se impregnaron con la masa y se retiraron. Al poco regresaron humedecidos, y repitieron la operación.

—¡Mierda!, no se ha salvado ni una onza —dijo, para nuestro asombro, una voz descomunal, omnipotente, desde el exterior de la casa.



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